6/12/2007

Intensidad contenida

Soy un puñado de intensidad contenida
Un torrente que está a punto de explotar
Una marea alta que aún no se deja subir
Un volcán que no ha entrado en erupción
Una eyaculación furiosa sin derramar

Me siento como un orgasmo sabroso y bien logrado, pero que no se deja liberar
Como un aliento que otra boca no alcanza a tomar
Como unos labios a medio besar

Soy un puñado de intensidad contenida
Esperando un no sé y no sé cuando
Con el ímpetu necesario, pero sin detonador
Soy la última bala de una ametralladora
Un miedo tuyo que no alcanza a estremecerse

Siento que el tiempo puede abandonarme de una buena vez
Que llevo demasiados años siendo la promesa del gran remesón
Pero que en realidad sigo conteniéndome, pensando y planeando
Cómo puedo ajustarme a un mundo que no acepta eyaculaciones furiosas
de una mujer con intensidad contenida que quiere mandar todo a la mierda
pero que expone sólo la mitad de la erupción que la remueve
porque soy un puñado de intensidad contenida
(y necesito vomitarme un poco)




11/01/2006

(¿in?) aprensible

La Musa Trágica

Me callo cuando quiero gritarte que me gustas, me callo cuando tengo mucha pena, me callo cuando me da vergüenza mi ignorancia, me callo cuando me ruego a mi misma por gritar un poco de debilidad, callo mi adorada inocencia, callo mi espontaneidad, callo mis miedos, incluso callo a mi ego cuando ha sido adulado, me callo mis alegrías y callo mis pequeñas victorias diarias. Como si por una estúpida prudencia inexplicable no quisiera incomodar con esta voz ahora silenciosa. Me callo… me callo ahora mismo y me muerdo la lengua cuando tengo que reconocer esta pena que me azota algunas noches, que no tiene forma ni tiene tiempo, que algunas veces es grande como un elefante y otras mínima como una luciérnaga. Hoy tomó forma de mariposa y la vi salir de mi cabeza cuando menee la cabellera para sacarme la polera. Mientras me sacaba la prenda, y con ella sacudía los resabios de este día, la ví volando como una estela que se fue a esconder detrás de los papeles que habían en la cama. La busqué a la muy escurridiza, pero por culpa de este maldito afán de callarme, no pude gritarle nada. Ella tampoco pudo hablarme y aún nos miramos bien calladas, tratando de reconocernos entre tanta inentendible omisión. Ella me dice que en boca cerrada no entran moscas, yo le digo que ella estaría mucho mejor con una mosca que le separara los labios de una buena vez.

10/20/2006

La micro y dos desconocidas

La Musa Trágica

Nunca pude mirarte a los ojos. Ni siquiera llegué a conocerte. No hay certeza alguna, sólo un punto de inflexión y todo cambia. Nada tiene sentido alguno. Salí de mi casa tarde, como siempre. Demoré en salir por culpa de la tarde calurosa que tenía flojos mis movimientos y hacía que mis confusos pensamientos se pasearan con letargo entre las paredes de mi cabeza. Mientras yo me miraba en el reflejo de los vidrios de las micros que pasaban por el paradero, tú -tal vez- terminabas tu última clase en la Universidad o salías de casa o del trabajo a encontrarte con alguien.
Yo me subí a la 132 Macul Renca con desgano y agarré un buen asiento a la sombra al lado de un tipo guapo de terno oscuro. Abrí mi libro, ese de quienes sobrevivieron a sus propios fusilamientos y, como cada vez que lo leo, pude terminar una sola historia. El tipo de terno oscuro se paró y yo tomé su puesto. Diez de Julio se convertía en Irarrázabal. El que hasta entonces era mi lugar lo ocupó una joven de senos casi tan grandes como los míos con rasgos duros, morena, de voz fuerte. Una amiga se sentó en su falda y ella reclamó que le dolían las piernas. Yo cerré el libro.
Tú, supongo, emprendías tu rumbo a casa o al encuentro con esa persona. También te agobiaba el calor y el sol te quemaba el cuero cabelludo que tus mechas rubias no lograban proteger.
Las niñas a mi lado discutían por unos mensajes de texto que el “culiao” le mandaba incesantemente a una de ellas, pero cuyo destinatario era la otra. Yo las escuchaba atenta, tratando de entender una historia ajena, mirándole las manos a la mujer de senos grandes y voz ronca. Trataba de verle, de reojo claro, la manera en que movía la boca cuando pronunciaba unos garabatos que sonaban tan graciosos en su voz dura. Me puse los lentes, jugué con mis anillos y me pinté los labios, tratando de disimular que no quería perderme detalle de la conversación. Irarrázabal con Campos de Deporte.
Tú, al parecer, ibas sola. Camino a un lugar indeterminado que sin duda te tenía con prisa. Ansiosa. Me pregunto que pensabas mientras caminabas presurosa: En un hombre tal vez, en una cuenta por pagar, en que tenías hambre, en que querías llegar pronto y dejar de lado el pesado bolso verde que cargabas, en el calor, en sacarte el chaleco de hilo y tomarte un vaso de agua, en sexo, en música, en tus padres, en una de tus amigas que acaba de terminar con su pololo, en una mala nota, en un trabajo, en dinero… Irarrázabal llegando a Macul.
Las niñas a mi lado no lograban ponerse de acuerdo y yo miré por la ventana, hastiada de esa conversación sin sentido que ya no era divertida porque nunca logré establecer con claridad a todos los personajes.
Supongo que tú querías cruzar rápido y no te diste cuenta de nada. Yo no te vi cuando miré por la ventana, no sé por donde venías ni hacia donde ibas. Yo no escuché nada. En un momento todo se detuvo y el ruido bajó de intensidad como si presagiara que debía guardar silencio para lo que venía. Justo cuando la micro doblaba por Macul alguien gritó y la máquina se detuvo. El barullo volvió en cosa de segundos y un hombre sentado en uno de los primeros asientos gritó que habían atropellado a alguien. La gente se agolpó al lado izquierdo de la micro y la niña de voz ronca se paró a mirar. Nadie veía nada, hasta que una mujer se asomó por la ventana que está al lado del cobrador automático y gritó que estabas en el suelo. Se largó a llorar. El chofer se paró atónito y mientras la gente le gritaba que “qué onda weón, te piteaste a una cabra”, él también se puso a llorar. Nunca vi a un chofer de micro verse tan indefenso. Mientras estaba ahí parado, llorando, atónito, diciendo que él no quiso hacerlo, me di cuenta que tenía los ojos azules y que su camisa al tono los hacía resaltar.
No sé si pensé que necesitarías ayuda, o fue puro morbo, pero bajé de la micro corriendo y un par de personas me siguieron. Pasé por delante de la máquina, te busqué con la mirada y no te encontré hasta que te divisé debajo de la rueda trasera partida en dos, con uno de tus brazos doblado de mala manera, con tu pelo rubio cubriendo tu rostro, con tu boca que desbordaba los órganos que reventaron dentro tuyo. Nunca había visto a una persona partida en dos. Nunca había visto a una persona recién muerta. La rueda estaba sobre ti. Pensé que debían mover la máquina para que no te causaran presión. Vi tu chaleco de hilo con flores, tu bolso verde colgado de tu hombro ahora aplastado por la doble rueda de la micro. Vi tu bracito mal doblado y me dieron ganas de acomodártelo para que quedaras en posición de sueño y no de muerte. Me dieron ganas de sacarte el pelo rubio de la cara, acariciártelo por la frente y poder ver tus ojos. Me dieron ganas de sacarte de esa vitrina macabra y ponerte sobre el pasto para que durmieras tranquilita. Me dieron ganas de no haberme subido a esa micro y de que algo a ti te hubiera retrasado un poco. Me dieron ganas de llorar. Y fue eso lo único que finalmente hice. Mientras lloraba y te miraba, trataba inútilmente de marcar el número de los pacos. La gente que estaba a mi lado también lloraba. “Pobrecita”, decían. Tu piel blanca empezó a ponerse azul y tu bracito ni siquiera logró acomodarse. Llorando llamé a mis amigas para decirle de ti, de que acaba de conocerte en el momento de tu muerte. No sé como te llamabas y tal vez nunca lo sepa. No sé a donde ibas, qué soñabas, a quién querías, cuál era tu plato favorito, que música escuchabas, qué detestabas, qué te hacía vibrar, cómo pensabas morir. Me dio rabia el puto destino y pensé si últimamente le he dicho a mis padres que los amo, a mis hermanas, a mis amigos… pensé que yo podría haber estado cruzando la calle y en un segundo transformé tu muerte en un supuesto y me victimicé un poco. Me sentí increíblemente vulnerable. Luego volví a llorar pensando que diría la gente que te quiere cuando le avisen que absurdamente moriste bajo la rueda de una micro, que te partió en dos, que no te permitió ni siquiera protestar, o suplicar, o pedir razones.
Mientras no podía dejar de mirarte, me dije a mí misma que debo ser más precavida e inmediatamente después me puse a pensar en todo lo que quería hacer hoy y no hice. En que todo es impostergable, porque nunca voy a tener la certeza de que exista el próximo instante. Pensé en la intensidad de un momento. Pensé en que no sé nada. Todo esto es absurdo, incomprensible y sin sentido. Sólo sé que tú estás muerta y, ahora, yo estoy viva.

9/21/2006

Hombres como tú/ Mujeres como yo

La Musa Trágica
Hombres como tú no se enamoran de mujeres como yo.
Hombres estructurados bajo prismas históricamente impuestos no se enamoran de mujeres putas y rameras como yo.
Hombres estúpidamente normales no se enamoran de mujeres alocadas como yo.
Hombres con imaginarios femeninos perfectos no se enamoran de mujeres con pieles y formas tan terrenales como las mías.
Hombres con miradas penetrantes no se enamoran de mujeres que pueden batallar con tus ojos como yo lo hago.
Hombres con miedo a lo incierto, no se enamoran de mujeres que, como yo, construyen sueños en base a gestos inverosímiles.
Hombres que suelen susurrar, no se enamoran de mujeres que gritan sus orgasmos como yo gimo los míos mientras te rasguño el sudor de la espalda.
Hombres como tú, buscan mujeres que nunca serán como yo.
Lo que no saben hombres como tú, es que de las otras hay miles. Pero mujeres como yo, te lo aseguro, ninguna.
(Siempre han sido unos verdaderos estúpidos los hombres adorables como tú)

6/07/2006

Culpable

La Musa Tr�gica

¿Te sientes siquiera un poquito culpable de devolverme la mirada cuando te devoro con la mía?
¿Te sientes un pobre criminal al querer hablar tan fuerte como para que tus palabras revienten en mis oídos?
¿Te sientes aunque sea una pizca de pervertido, al imaginarnos desnudos en medio de la calle alumbrados tan solo por los ojos abiertos de quienes no pueden dejar de envidiarnos?
¿Te sientes, acaso, un maldito condenado cuando te dan ganas de cerrarme la boca traspasándome los labios con tu lengua y así morder mis gemidos?
¿Te sientes, entonces, un malhechor empedernido, cuando se te cruza por la mente la idea estúpida de imaginarme contigo por más de una vida?
¿Te sientes culpable de tenerme aquí como una puta jadeante a la espera de la paga que puede resultar un poco de tu atención (y el olvido)?

Como sea, deberías sentirlo. Porque ya tú eres un maldito culpable por hacerme cargar con la culpa de quererte sin hacerlo realmente.

Siéntete culpable y devuélveme el respiro. Sécame las lágrimas y encuéntrale a mi alma un hombre y un ángel…
Uno que la tome a ella (y me coja) y otro que le quite el puesto (a la puta)


(no me importa el orden)

4/23/2006

¿Mi trinchera?

  • La Musa Trágica

    Odio recurrir a un belicismo para poder hablar(te). Odio tener que omitir para patentarme. Odio las mentiras que terminan siendo verdades en mi cabeza. Odio como estructuro mis pasos en base a estándares pobremente autoimpuestos. Odio mi incertidumbre. Odio sentirme mínima en un cuerpo tan grande. Odio tanta ironía.

    Esta es mi trinchera, la inauguro cuestionando tu hoja amarilla, tu cacho de lluvia, tu gota de agua, tus vestigios que se apropian de Galileo y todos mis odios. Te cuestiono por mi ignorancia, por no concer quién eres detrás de esas (tus) letras. Te cuestiono porque ni siquiera sé si puedo decir que te conozco. Porque si nos cruzamos en alguna calle no sé si podré reconocerte, si podré distinguir tus ideas en tu caminar, y tus lecturas en el vaivén de tus manos. No sé si será posible que tu piel expela tu historia a pueblo y que tus poros sean capaces de hablar de tus tristezas, ni siquiera sé si tu risa me hará sentirte un poco cercano. Al parecer, esta trinchera nació siendo inservible porque tal vez tú no existes y yo ya deliro en mi propia batalla.

    Odio el desplome que hay en mi trinchera.

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- El contenido original de este texto ha sido modificado para que pueda ser leído en su pantalla :)

3/27/2006

Líquidos

La Musa Trágica

Hundí la cabeza en el agua y traté de respirar traspasando la espuma con la fuerza de mi aire. Fue en vano. Lo único que logré fue que el agua entrara por mi nariz y yo saliera atorada, tosiendo, con los ojos confundidos entre las lágrimas y la espuma.
Esa noche volví a los rituales. Me bañé con la pura intención de sacarme el empacho y las malas vibras que me han tenido tambaleando el último mes. Traté de bañar mis ansias y mis miedos, de aplacarlos con el agua. Traté de que mis lágrimas se confundieran entre tanto líquido.
Volví a hundir la cabeza pero ahora abrí los ojos. Si uno mira a través del agua hacia el techo, todo se ve borroso. Me vi borrosa y me extrañé.
Levanté el rostro lentamente sintiendo como las gotas se pegaban en mi piel, mientras el resto del agua caía sin restricciones para perderse en la bañera. Sentí las gotas tan aferradas a mi piel que me dio curiosidad y entonces quise reconocerme, tocarme, sentirme. Me recorrí las piernas como si fuera terreno sagrado. De las pantorrillas me detuve en las rodillas y las moldee con mis dedos. Seguí por los muslos, rocé mi vagina. Así: suave, despacio, sin ningún otro afán que el sentir(me). Me dio un escalofrío y con mis manos puse espuma en mis senos. Luego me toqué los brazos y con las manos llenas de agua me acaricié el cuello. Me toqué el rostro y comprobé que mi nariz es imperfecta y mis labios demasiado gruesos.
Decidí que ya era hora. Comencé a tocarme otra vez pero de manera inversa: de la frente pasé al cuello, bajé por mis senos, redondee mis pezones, por el vientre hasta la vagina –nuevamente el cosquilleo- hasta llegar a las piernas y terminar con las manos juntas. El agua comenzó a dar vueltas y se perdió en el agujero negro, llevándose lo que mis dedos pudieron despojarme.
Me vestí confiada. Pinté mis labios, cubrí los párpados de un tono oscuro. Nadie tiene porqué descubrirme no?.
Cuando ya tenía la máscara bien puesta decidí irme. Ya no estaba ansiosa, ya me había reconciliado.
Pero maldita sea mi afinidad con los líquidos!. En la casa de Jack Daniel’s comencé a tomarme hasta las ansias y terminé por beberlas por completo en tres rusos blancos que me asfixiaron apenas llegamos al local.
Risas, saludos, abrazos. Música, humo, alcohol. Yo iba quemando cada sonrisa en un sorbo bien dulce. Buscando el mal menor.
Entonces volví a hundir la cabeza y todo se puso demasiado borroso.
Otra risa en el pasillo, un abrazo en la escalera. Necesito ir al baño con urgencia. Sí gracias. No, gracias. Mis pasos se perdían en el ruido. Llegué. A salvo, al fin. Cerré la puerta tras de mi, junto con ella cerré los ojos y los abrí tratando de ver con mayor claridad. (¿aún no saco la cabeza del agua?)
Cuando los abrí no estaba sola.
Maldición. ¿Estaba yo en el baño de hombres o él en el de mujeres?. No importó. Nos miramos. De las explicaciones pasamos a los besos furiosos. Extraños, tan extraños como él y yo en ese baño azul de 2 x 2. Su lengua temeraria traspasó la barrera de mis labios y se apoderó de la mía como si fuera la única oportunidad de sacarla de mi boca. Entonces me tomó la cara con ambas manos y me besó el mentón y pasó sus labios por mi cuello. Recorrió con sus manos algunas de las mismas partes que yo había recorrido con las mías horas antes. Yo estaba mareada, perdida. Con los ojos cerrados tratando de contener el vértigo que me causaban sus manos y el que ya venía sintiendo incluso antes de entrar al baño. Respondí su afrenta con mis besos también furiosos. Le mordí el labio inferior como siempre suelo hacerlo. Y el respondió con la invasión de su lengua.
Pegada en la pared traté de recuperar mi posición y tomándolo por los hombros lo puse contra la muralla contraria. Traté de enfocar mi mirada y así ver bien su cara. Me quedé pegada en sus ojos negros, su pelo revuelto, sus labios finos. Le pregunté su nombre. Álvaro, Alfredo, Andrés. La A fue lo único que pude retener antes de mirarlo fijo y hacer que mi lengua fuera quien ahora se robara la suya.
El seguía recorriéndome y en esa batalla furiosa el me devolvía contra mi pared.
Necesito respirar, necesito terminar mi camino al baño. Necesito saber como estoy besándote. Lo empujé nuevamente. Sale por favor, necesito el baño… ahora.
Me hundí nuevamente.
Cuando volví a abrir los ojos, las confortables manos de mis amigas me tomaban el pelo mientras yo depositaba el legado ruso en el W.C. Estoy tan mareada, me siento tan mal. Y se supone es mi fiesta y ni siquiera estoy aquí.
Todo se fue a negro otra vez. Lo quiero de vuelta. Me gustaba ese juego desenfrenado.
Subí las escaleras, esta vez sola. Saludos, risas abrazos. Sí, estoy bien. Gracias. Salud. Voces. Sus caras se me vienen encima y yo sonrío, cuando lo único que quiero es escapar.
Negro. Me hundo. Cuando vuelvo a abrir los ojos estoy bailando con mi amigo. Bailamos coquetamente como siempre lo hacemos, con la libertad que da que sepamos que ninguno de los dos se interesa por el otro.
De pronto una vuelta, de pronto ese rostro, de pronto A…
Subí las escaleras. Ahora su boca estaba frente a la mía. Una mano sobre la otra y ahora ya no tuve que cerrar los ojos para darme cuenta que bailaba con él. La furia no había terminado y ya nos besábamos belicosamente como lo hiciéramos rato antes. Ahora el juego era en medio de otros espectadores. Extras. ¡Váyanse todos a la mierda! ¡Los extraños somos nosotros!.
Ahora, no sólo nos invadíamos con las lenguas, ahora nos invadíamos con las manos, con las piernas. El roce, el impostergable roce. Sus manos acariciaron mi espalda y yo mordí sus labios con más fuerza. ¿Te llamabas?, le pregunté… Y nuevamente sólo me quedé con la A. El me preguntó mi nombre y seguramente también sólo se quedó con la M.
En medio de los besos comenzamos a tocarnos. Las anisas se convirtieron en excitación y cuando abrí los ojos para ver su rostro, me estaba invitando a su casa. Vámonos, vámonos de aquí. Ándate conmigo. Yo no quería pensar, sólo quería bailar. El insistía, vámonos. No me negué. Tampoco asentí. Cuando se terminaba la escalera perdí su mano y un abrazo amigo me recordó donde estaba.
Abrazos, saludos, salud, dónde estabas. Nunca he dejado de estar aquí. La música se paró. Yo lo busqué con la mirada, pero esos abrazos me guiaban los pasos hasta que nos alejamos demasiado como para poder recordar que rostro pertenecía a esa A.
Finalmente abrí los ojos. El agua saltó fuera de la bañera. Con las manos me pegué en el pecho, la espuma me iba llegando al esófago. Me ahogo. No sé cuanto rato estuve bajo el agua. Me saqué las gotas de los ojos. Vi la hora, era tarde. El agua comenzó a caer por la cañería y yo me paré apresurada.
Me vestí confiada. Pinté mis labios y cubrí los párpados de un tono oscuro. Con la máscara bien puesta decidí irme. Tal vez esta noche el ritual sirva de algo y yo logre olvidarme de todo.